En julio de este año podíamos leer en el diario El País una entrevista con la escritora húngara Christine Arnothy, titulada "Una infancia entre cadáveres". En ella relataba un episodio que no se nos va de la cabeza:
"Salimos a buscar agua y descubrimos que los alemanes habían atado tres caballos a la escalera de nuestra casa. Muertos de sed y de hambre, se estaban comiendo los peldaños. Trajimos tres cubos de agua, y verlos beber fue uno de los mejores instantes de mi vida. Todavía lo sigue siendo".
En el blog de David González, Perdóname pero te amo, podía leerse hoy este pasaje del libro de Arnothy:
Mientras cruzaba el patio en dirección al sótano, un sentimiento más fuerte que yo me indujo a ir a ver los caballos. Mis baldes tenían agua sólo hasta la mitad. Nunca olvidaré ese momento, aunque viva una vejez eterna. Me acerqué primero al caballo que estaba sentado y le mostré el agua. El gemido gozoso que dejó escapar me recordó los gritos que habíamos lanzado al llegar a los grifos de los baños. El caballo temblaba y bebía el agua a grandes sorbos interminables. Los otros caballos se acercaron lentamente con paso seguro. Debía distribuirlo con precaución, para que cada uno tuviera su parte. En las miradas de esas bestias se reflejaba un sentimiento casi humano de agradecimiento. Los caballos me rodeaban, a pesar de estar tan débiles; brotaba sangre de sus encías y les salían lágrimas purulentas de los ojos.
Al bajar al sótano con mis baldes vacíos, sentí mi corazón ligero y desbordante de alegría, como si, en tiempos de paz, de la paz más serena, acabaran de hacerme un magnífico regalo.
Al bajar al sótano con mis baldes vacíos, sentí mi corazón ligero y desbordante de alegría, como si, en tiempos de paz, de la paz más serena, acabaran de hacerme un magnífico regalo.
Christine Arnothy. TENGO QUINCE AÑOS Y NO QUIERO MORIR. Traducción de Paula Emilia Sanz. Barril Barral Editores, Barcelona, mayo 2009.
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